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divendres, 23 d’agost del 2013

NUNCA SEREMOS PERFECTOS

Capítulo 18-Bel- Esperar


Leo un par de veces el mensaje. Bueno, la verdad es que más que un par es un millón de veces. “Hola”, es lo único que dice, pero no deja de sorprenderme. Contando con ella, tengo dos amigos en Facebook. Y el otro es mi padre, que insistió en que aceptase la solicitud para “tenerme vigilada y ver lo que voy haciendo por ahí”. Es una tontería, aunque él tampoco se conecta nunca. Pero aun así me entristece. A veces me entristece no ser como los demás. Pero esto también me gusta, tiene su parte buena, aunque sea pequeña.
Decido no responder ahora, pues con mis hermanos me resultaría imposible tener una conversación “decente” y después me tendría que ir, y no pillaría el wi-fi de casa. Así que mejor espero a mañana. Aunque estoy deseando hablar con ella… Tal vez las cosas cambien.
Y ahora espero.
Espero a que mis hermanos se calmen.
Espero a que Josep pare de llorar porque tiene miedo.
Espero a que la maldita PSP de Jack se quede sin batería. Maldita sea la vez que tuvimos dinero…
Espero a que mi padre llegue de su trabajo.
Y llega. Menos mal. Solo tenía que hacer una hora y media de más.
Escuchar el tintineo de las llaves al chocar contra la cerradura se vuelve música para mí ahora mismo. Suspiro. Por fin, ya está… Al menos tendré un poco de tiempo para mi trabajo.
-          Ya estoy aquí, chicos. ¿Me habéis echado de menos?- La sonrisa en su rostro engaña a mis hermanos, per sus ojos cansado lo delatan.
Trabaja mucho, muchísimo. Como mínimo hace diez horas al día, sin contar las horas extras que tiene que hacer casi a diario. Hoy sólo ha sido una hora y media, pero otras veces son dos o incluso tres horas más. Pero ni así nos llega. Y a pesar de que juegue con sus hijos, esté siempre tan animado e intente ocultar todos los problemas detrás de su espalda, yo sé que nada va bien, que esto se le hace grande. Y por eso intento ayudarlo en casos como este. Aunque no estoy todo el día pendiente de él, pues tiene que entender que él mismo se lo buscó. Apechugando con las consecuencias es como más se aprende. He visto muchos casos de esos, y son muy efectivos, la verdad.
Corro hacia mi habitación, meto el portátil en una mochila de plástica con cuerdas azul, bastante desgastada, y vuelvo al pasillo. Veo como mis hermanos se acercan a mi padre a saludarlo y a pedirle que se anime a unirse a la partida. Yo, sin embargo, paso, me despido en silencio y salgo por la puerta.
Es una noche fría. Con un viento que viene del norte que te deja helado. Me subo más la bufanda y me apresuro. Hay poca gente en la calle. Y los que hay caminan rápido, con un destino concreto en mente, ansiosos por llegar lo antes posible y abandonar este frio que encoge los músculos.
Con tantas prisas y con la bufanda que casi me tapa los ojos, no me doy cuenta de que la cafetería a la que suelo ir siempre, está cerrada. Abro mucho los ojos y me acerco aún más a ella. Hay un cartel enganchado en la persiana que tapa el local. Lo leo.
«Cerrado por defunción»
Aprieto los labios. Me cuesta reprimir las lágrimas. Y no lo hago. Imagino cómo lo estará pasando Claudia, la propietaria de la cafetería… Siempre se porta muy bien conmigo. Es una chica fantástica, muy dinámica y alegre. Me cuesta imaginarla triste y llorando, encerrada en su casa…
Dejo atrás el local, secándome las lágrimas, pues el aire que me empuja es como un cuchillo sobre mi mejilla mojada.
Paseo un rato por la misma avenida en la que está la cafetería de Claudia. Pensando en todo y en nada, fijándome en los bares para escoger cual es el mejor. Pero todos están abarrotados de gente. Me gusta trabajar con un poco de silencio, tranquilidad, y todos tienen un ambiente tan “bueno” que lo hacen malo. Sí que tiene la gente dinero… No hay bar que no deje a su paso un barullo insoportable. Pero tengo que elegir. Esta es una búsqueda sin sentido y como tarde mucho más no me va a quedar tiempo para nada. Miro la hora. 21:45. Se me acaba el tiempo.  Así que decido sentarme en el siguiente bar que encuentro. Bueno, al menos lo que encuentro no es un restaurante ni un bar con hombres pegados a las cervezas. Es como más informal, sin pasarse, algo juvenil. Aunque hay gente de todas las edades, y también está abarrotado.
Al entrar paso totalmente desapercibida. Andar por aquí es casi imposible. Es grande, pero hay gente por todos lados. Caminan hacia su mesa. Se acercan para comprar una bolsa de patatas chips. Se van. Vienen. Salen a fumar. Entran de fumar. De todo. Y encontrar una mesa me resulta casi imposible. Pero en una esquina del local, como si estuviese echa para mí, hay una mesa pegada a la pared con una silla negra. Resulta satisfactoria encontrarla, pero me aplasta la cruda realidad. Me acerco rápido a ella para que no se me adelante nadie. Me siento y observo a la gente. Todo el mundo está animado, charlan, ríen, y hacen bromas. Nadie está sólo. Aunque, una vez más, antes de que consiga deprimirme eso, saco mi portátil y lo empiezo a encender. Un camarero se me acerca.
-          ¿Qué va a tomar, señorita?- Escuchar “señorita” me saca una sonrisa.
-          Café con leche, por favor.
-          Bien-dice mientras lo apunta en una mini libreta-. Ahora mismo se lo traigo.-Y también sonríe.
Cuando se marcha, en la pantalla del ordenador ya ha aparecido la foto de inicio (un simple fondo negro) y me pide la contraseña. Tecleo rápido los ocho dígitos. Cuando clico en el Word correspondiente tarda un poco más de lo habitual en aparecer. Me pone nerviosa. Estoy deseando seguir con esta investigación ahora que se pone interesante. Pero cuando me aparece la pantalla llena de letras me quedo en blanco. El barullo de la gente me desconcentra un poco, así que intento relajarme.

Cinco minutos más tarde me traen el café. Lo pruebo. Quema mucho… Lo dejo reposar un rato. Cierro los ojos y dejo la mente en blanco. De repente tengo demasiado calor, aunque me haya quitado la bufanda y la chaqueta. Hace mucho calor… Demasiado. Empiezo a sudar… A sudar mucho. Y mis manos empiezan a temblar.

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